domingo, 8 de enero de 2012

El indígena...

Con sus hijos a veces, otras solo; vendiendo algo que parece no importarle,
o sin pretexto para su presencia inmóvil; descalzo y en cuclillas sobre el polvo,
el sombrero de paja escondiendo los ojos, donde acaso pudiera adivinarse lo
que siente y lo que piensa, mírale.
Cayeron los amos antiguos. Vencidos a su vez fueron los conquistadores. Se
abatieron y se olvidaron las revoluciones. Él sigue siendo el que era; idéntico a
sí mismo, deja cerrarse, sobre la agitación superficial del mundo, la haz igual
del tiempo.
Es el hombre a quien los otros pueblos llaman no civilizado. Cuánto pueden
aprender de él. Ahí está. Es más que un hombre: es una decisión frente al
mundo. ¿Mejor? ¿Peor? Quién sabe. Tú, al menos, confiesas no saberlo. Pero
allá en tus entrañas le comprendes.
Mírale, tú que te creíste poeta, y tocas ahora en lo que paran tareas,
ambiciones y creencias. A él, que nada posee, nada desea, algo más hondo le
sostiene; algo que hace siglos postula tácitamente. Lástima que el azar no te
hiciera nacer uno entre los suyos.
Demasiado sería pedir su descuido ante la pobreza, su indiferencia ante la desdicha,
su asentimiento ante la muerte. Pero gracias, Señor, por haberle creado y salvado;
gracias por dejarnos ver todavía alguien para quien Tu mundo no es una feria
demente ni un carnaval estúpido

 Luis Cernuda, Variaciones sobre tema mexicano, México, Porrúa y Obregón, 1952.

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